Esta historia sucedió hace tiempo atrás, durante uno de mis viajes a lugares desconocidos. No recuerdo si fue hace unos cuántos días, meses, años… no creo que eso les importe en realidad.
Todo comenzó una calurosa tarde de verano cuando el sol se ponía lentamente en el horizonte. Me encontraba caminando sin rumbo fijo, sobre una vereda algo acabada de esas que con solo mirarlas, podemos asegurar que ni una civilización ha logrado asentarse en ella y, empujando un pedazo de aluminio con la punta de mis pies; me quedé con mi mente en blanco pensando en la nada.
Por un momento, levanté mi cabeza, mirando al frente, como si quisiera alcanzar a ver el punto donde da la vuelta el mundo; tratando de descubrir el recinto donde el sol estaba por descansar…
Me dediqué unos minutos a contemplar el majestuoso paisaje para observar cómo la gigantesca masa de fuego, irradiaba sus rayos pincelados en una gama de tonos dorados y rojos.
¡Quedé hipnotizada!… Era una escena de las que hacen pensar que, de entre las nubes roji-azules, saldrían dioses para después elevarse lentamente a los cielos.
Una emoción intensa invadió mi cuerpo. Erizó mi piel al colocarse frente a mi rostro un cuadro tan conmovedor. Mis ojos no podían dejar de observar la deslumbrante obra maestra. Creo que me quedé ciega por unos momentos, ya no enfocaba ni un punto fijo, pero seguía ahí, si poder mover un solo pie.
Una silueta se acercó y se paró frente a mí. En cada segundo que comió el tiempo, la figura algo amorfa se hizo más grande hasta convertirse en la clara silueta de un hombre. Cerré los ojos, los froté… pensé que era de esas sombras que se ven al encandilarse con la luz.
Al volver abrirlos, un desconocido estaba parado frente a mí sin decir una sola palabra. Me sonrío, le sonreí. Con tono muy amigable me ofreció su ayuda – “¿Qué puedo hacer por usted? ¿Está perdida? ¿Es acaso de esta región?” No sabía qué responderle ¡estaba tan confundida! Mi compañero volvió hablarme y sin preguntarme nada más me tomó de la mano y me pidió que lo siguiera.
No sabía qué decir,¿Saldré corriendo? Sí. Estaba perdida ¿Para qué voy a mentir? no traía ni un mapa y el hombre aquél me inspiró demasiada confianza.
Seguimos caminando, me sentía como una niña a la que un adulto la guiaba de la mano. El caminaba un poco más al frente de mí; yo solo me dedicaba a seguirlo, mientras observaba los caminos desconocidos por los que mi acompañante me llevaba.
Recorrimos veredas y atajos. Unos cuántos árboles por aquí, unos arbustos por allá. De pronto mi nuevo amigo decide parar. Me toma de los hombros y me dice: Bienvenida a mi ciudad; no toda la gente tiene la oportunidad pero… aquí estamos. Da la vuelta, mueve unas ramas, descubre una pequeña entrada hacia el lugar misterioso que el le llamaba “mi ciudad”.
Entré bajando la cabeza, evitando que mi cabello se enredara entre los matorrales. Por fin logré mirar hacia el frente, descubro ante mis ojos un pequeño paraíso en la tierra. Jardines por doquier, estructuras perfectas con columnas erguidas hasta el cielo azul. Escalinatas talladas en marfil y adornadas con oro puro.
Nunca había visto algo similar, ni en los libros ni en historias, ni en mi propia mente. Algo que no esperaba encontrar a unos cuantos pasos del camino solitario en el que estaba hace unos momentos atrás.
¿Qué más les puedo decir? Mi acompañante no era nada común.
Estéticamente perfecto con facciones muy sensuales. Pómulos pronunciados con un mentón varonil. Tez apiñonada con ojos de color Mediterráneo. Una boca… ¡qué boca! Esa sonrisa coquetona que me ofrecía cada vez que me miraba me hacía temblar y dar gracias a mi misma por haber aceptado su invitación.
¿Quién iba a pensar que por solo haberme detenido unos instantes a contemplar el sol, un hombre hermoso me tomaría de la mano para llevarme a un lugar que ni en la mente se puede crear? Un hombre tan divino que me hace pensar que los dioses estaban de muy buen humor cuando este niño nació.
Ya basta de describir a este hombre porque con el solo hecho de pensar en él me estremezco… La ciudad, era impresionantemente bella, boquiabierta caminaba yo volteando a mi alrededor tomada de la mano de mi protector.
En eso, mi príncipe azul voltea a verme y me dice: Hay una fiesta en casa de unos amigos, te llevaré con ellos para que los conozcas, te sentirás más cómoda durante tu estancia en mi ciudad.
Acepté mientras seguíamos platicando de nosotros. Comenté ciertos episodios de mi vida, lo que me gusta hacer, el porqué de mi viaje… el me dijo que era nativo de esa área y que le gustaba mucho ir de caza con los amigos. Cuerpo atlético y carita de niño guapo.
Llegamos a la casa de su amigo, todo aquello era un festín. Gente bailando por todos lados, charolas de comida pasaban por encima de mi cabeza, botellas de vino, cerveza, toda clase de licores. Un escenario donde nueve hermosas doncellas cantaban himnos a voces. Una de ellas tocaba una especie de arpa pequeña, otra la flauta, unas cuántas hacían representaciones para los invitados. ¡Un mango evento! No creo que lo podría explicar mejor.
De pronto se acerca a mí un hombre regordete con cachetes prominentes. Una nariz redondeada y sonrojada, nos ofrece unas copas de vino con su sonrisa contagiosa y aspecto bonachón, sus ojos dormilones inspiraban ternura.
Abraza a mi acompañante y le da una palmada en la espalda - “¡Amigo! ¿Cómo le va?” alzando a su vez una copa tintineante, invitando a tomar del néctar del olvido y la felicidad etérea del que él ya estaba bebiendo.
No me negué, me sentía un poco presionada, era buen amigo de “mi niño” como para verme desconsiderada ante la situación, además, él era el anfitrión de semejante reunión.
Me empecé a marear, volteaba hacia todos lados y no sabía en donde estaba. Volví de nuevo a mi punto inicial en dónde no tenía ni la menor idea hacia dónde debería de caminar. Mi acompañante se dio cuenta de la situación, me abrazó y me sacó del lugar sin avisarle a nadie más.
No recuerdo bien… me tomaba de las manos y empezó a recorrer mi cuerpo lentamente. No quería hacer nada con él pero al mismo tiempo si quería. Mi mente decía no pero mi cuerpo reaccionaba con el leve roce de su cuerpo. Su boca me tocó mis labios, y empezamos a fundirnos lentamente en un apasionado beso.
Para qué describir lo que ahí sucedió, con sólo decirles que bebí su alma a través de sus besos mientras el me robó mi razón. No se si culpar al vino, a él o a los dioses por haberlo puesto en mi destino, por haber creado ese sol que lo trajo a mí, por no haberme puesto en otro camino en el que no me topara con él.
Me desperté satisfecha, para qué lo voy a negar, pero esos sentimientos se encontraron al contemplar su silueta cruzando la puerta del lugar. Una luz incandescente entraba por su marco y la figura masculina que vi llegar a través del sol caminaba en dirección opuesta a mí.
Grité ¿a dónde vas? ¿Por qué me dejas? Él volteó, me sonrió con ese gesto embriagante como la primera vez, y me dijo: "Me voy, vine por unos días, no me puedo quedar".
¿Cuándo volverás? ¡Ni siquiera tu nombre me diste!, le reclamé.
Soy Adonis. Se dio la vuelta y jamás volvió.