diciembre 08, 2008

FI EL AWEL

El tráfico a esta hora se empieza a poner pesado en la ciudad. Ella va un poco tarde, cansada y agobiada por los problemas del trabajo; es más, estuvo a punto de no ir y aún en el camino piensa en la opción de regresar a casa y tirarse a ver la tele. Esa fuerza suya de voluntad, que a veces es molesta, le borra la tentación y se estaciona. Se mira rápido en el espejo retrovisor, y se acomoda un que otro mechón que se salió de su chongo descuidado, analiza su propia mirada un poco dura e intenta suavizar la expresión de sus ojos y relajarse.
Empieza a ver a sus compañeras llegar poco a poco, sin afán de hacer mucha conversación sonríe a alguna y baja la mirada. Entra al salón, se descalza y observa a las demás platicando y empezando a estirarse. Al igual que todas las demás, se quita la camiseta, sin pena alguna. Al principio todas sus compañeras pusieron un poco de resistencia, pero la costumbre y el saber que nadie ahi era una modelo de 40 kgs les dió confianza y ahora es parte de la rutina. Se agacha, viéndose en el espejo de pies a cabeza, haciendo una nota mental de bajarle a las tortillas y observa con gusto que a pesar de eso aún se ve fuerte.
La música empieza a sonar, mientras todas se amarran a su cintura la fajilla y el sonido típico de las monedas inunda el salón. La maestra sonriente y paciente como siempre empieza a poner la muestra, explicando paso a paso. Es menuda, con cabellos color miel y largos casi a la cintura. Si no fuera por el anillo en su mano izquiera nadie se imaginaría que es una mujer casada, porque parece una adolescente cualquiera. El ritmo inconfundible del derbake se adueña de ella, y su estómago y caderas cobran vida propia. Cada parte de su cuerpo se mueve exactamente al ritmo de la música, de pronto lentamente, de pronto tan rápido que es imposible seguirle el paso con la mirada.
Ahora les toca el turno a ellas, unas más torpes que otras, siguen la coreografía, todas mirándose en el espejo, cada una en su mundo. Algunos pasos son difíciles, lo sabe, pero la frusta un poco, al cabo de 15 minutos, se detiene de nuevo al espejo para limpiarse el sudor y reacomodar su cabello que, ahora húmedo, tiene un color negro azulado y cae pesado en la espalda. Sin pensar en nada, ni en nadie más. observa su propio abdomen ondulante al ritmo de la música árabe, que aunque se encuentra en un idioma desconocido, las notas y la emoción de la voz hacen que entienda perfectamente lo que le trataron de decir. Así transcurren 40 minutos más, el ambiente empieza a subir, y por esa hora, no hay en ese salón ninguna esposa, empleada, mamá, hija... solo hay mujeres, solo hay artistas.
Termina la hora, y después de estirarse de nuevo, la realidad vuelve a golpear. Los celulares sonando, las prisas, los pendientes. Ella toma un segundo más antes de volver al mundo, respira y se calza los tennis, sin abrochar como siempre lo hace. Se despide de todas sonriendo y bromeando con una que otra. Se sube a su carro y antes de encenderlo da otra mirada al espejo. Su cara antes muy pálida está rosada, y su mirada antes dura, está relajada y despierta. Se da cuenta que tiene muchisisma hambre, y se apura a llegar a su casa, acordándose de la comida que hay... tal vez la promesa de no tortillas no sea tan buena idea esta noche...