agosto 18, 2008

PUERTO PEÑASCO SPA

Debido al estrés cotidiano y la vida rápida que hoy en día llevamos, he querido realizar un viaje a un lugar de descanso y relajación (un spa por así decirlo) pero el hecho de que la gasolina haya subido a más de $3.50 dlls por galón ha contribuído a que apenas hasta este pasado fin haya podido ir. Solamente en un lugar recluído y ajeno a la civilización podría permitirme re-organizar mis pensamientos (Sí, tengo varios).

Destino: Puerto Peñasco, Sonora.
Spa: “La casa de Shirley”

Antes de comentarles mi experiencia en el “spa”, les daré un pequeño historial de “La Casa de Shirley”. Shirley Pomeroy era una anciana proveniente de Arizona, tuvo mil y una tragedias: su esposo y su hijo fallecieron, le hicieron tranzas cuando estaba contruyendo la casa, etc, etc y a pesar de todos estos obstáculos logró terminar la construcción de dicha casa a las orillas de playa “Las Conchas”.

Llegamos en la noche y podíamos ver la casa con una amplia sala-comedor-cocina, siete recámaras dónde 3 de ellas dan hacia el patio interior y 4 dan de frente a la terraza y por supuesto, el patio y la terraza de cara hacia la costa. Estaba enorme la casa y parecía haber sido inspirada en las casonas o haciendas que salían en las películas de Pedro Infante (hasta se me hacía que Sara García iba a salir de la cocina a mentarnos la madre).

Así se veía, de noche era ella majestuosa, erguida frente al mar… al salir el sol… se veían ya los 70 años que sus muros ya cargaban, cada una de sus grietas nos contaba alguna memoria de los Pomeroy y los otros visitantes que en algún momento pasaron por ahí (podríamos compararla con Cenicienta, por así decirlo. De noche hermosa y de día seguía muy bonita pero sin el toque especial que le daba la luz de la noche). La casa en sí estaba muy bien, si… vieja, pero con un potencial enorme para convertirse en una mansión a las orillas del mar.
Las guitarras, los mojitos, la fogata bajo la luz de la luna y el sonido del ir y venir de las olas… (Bueno, eso me hubiera encantado pero pues no puedo negar que no me la haya pasado bien en el bar entre una mezcla de vodka tonics, música electrónica, humo, luces y el jet set).

Para no hacer el cuento demasiado largo, durante el día sí fue totalmente relax.

El mar estaba azul verde, cristalino, las olas constantes alcanzaban a romperse en la orilla del mar, una tras otra creando una espuma blanca. Nomás de verla me daban ganas de meterme para sentir cómo esa espuma acariciaba mi cara… la brisa del mar rosando mi pelo y el cantar de las aves me hacía relajarme más y más…

Sonido de la ola, golpe en la cara, agua por la nariz, arena en el traje de baño, aire, golpe en la cabeza, agua por la boca, arena en el traje de baño… me levanto con los ojos más rojos que un velador a las 8 de la mañana, tosiendo más que un fumador y con la parte del bikini más llena que el pañal de mi sobrinita de 1 año.

Qué manera más barata de exfoliar cada centímetro de mi cuerpo y una forma más fácil de experimentar el volar sin necesidad de tener tu propio avión!!!

Cuando oí venir una de las olas cerré los ojos con toda mis fuerzas, me tapé la nariz y me lanzé a la aventura para enfrentar la esculutura de agua que venía en mi dirección. Empecé a patalear y de alguna manera en vez de avanzar retrocedía en medio de la cresta de la ola. Sentí el aire por debajo de mi cuerpo cuando el agua me levanto para acabar cara a cara (literalmente) con el fondo del mar, mi par de encantos saludaron a las conchas y a las estrellas de mar y cuando por fin tuve las fuerzas para salir deteniendo la parte de arriba de mi bikini OTRA VEZ el mar arremetió contra mí para terminar de quitarme el traje de baño por segunda vez.

No, nadie vio mis encantos, no hay nada catalogado para una película para adultos ni nada por el estilo, pero si salí arrastrándome sin sex appeal alguno para acabar agotada y derrotada a la orilla del mar cuál Tom Hanks en la película de “El náufrago”.

Me reí mucho… me ardían los ojos y la garganta, pero como me reí. Esas carcajadas me ayudaron a terminarme de relajar. No pude haber tenido un mejor fin de semana para olvidarme de mi estrés laboral.

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